Salta resuelto de la cama y se encamina al cuarto de baño. Tras darse una ducha se perfuma con una colonia de su padre que no ha usado nunca. Su madre lo mira sorprendida cuando lo ve aparecer por la puerta de la cocina quince minutos antes de lo habitual, pero aún así no dice nada. Hace mucho tiempo que renunció a la posibilidad de entender a su hijo, un personaje extravagante y huraño, que desde pequeño siempre mostró más interés por los números que por las personas. A veces se pregunta qué será de él cuando ella y su marido no estén, quién será el contacto de Ernesto con el resto del mundo, pero pensar en estas cosas le resulta tan doloroso que al final siempre las deja a un lado y se pone a limpiar…y los días van pasando. Y el tiempo los va envejeciendo a todos sin que se produzca ningún cambio.
A las 8:26 Ernesto llega a la parada de autobús más cercana a su casa. Mira nervioso a ambos lados de la calle cuando se da cuenta de que la chica rubia aún no está allí. No puede ser– piensa- tiene que estar, precisamente hoy tiene que estar. Cuando llega el autobús, la chica aún no ha aparecido y la gente comienza a entrar apresuradamente. Él se queda a medio camino y el chófer le llama la atención:
-¿Subes o no?
-Tenemos que esperar señor, tenemos que esperar-dice Ernesto con su voz robótica.
-Oye, tío, o te subes o te bajas pero yo ya no espero a nadie…
-Pero todo está mal, tenemos que esperar señor, tenemos que esperar- Ernesto ha comenzado a mover inquieto los dedos, contando en su mente los decimales del número pi. Cuando llega al octavo decimal pasa al interior del vehículo, justo un segundo antes de que el conductor cierre las puertas, aunque continúa repitiendo sin parar que todo está mal. La gente lo mira con incredulidad. Para ellos sólo es un chico raro que los está retrasando, algunos incluso se burlan de él. Pobre Ernesto, si tan sólo supiera cómo optimizar la angustia, la pena y el desasosiego que siente en ese momento, lo haría. Pero él no entiende de emociones, así que saca su rotulador indeleble y comienza a hacer cálculos en una de las ventanillas del autobús. Todo está mal, todo está mal-balbucea. Y la escena continúa hasta que alguien avisa al chófer que se apresura a echarlo a la calle. Ernesto se siente perdido, nunca ha estado en ese lugar y no comprende qué ha pasado con la chica rubia. Ella siempre se sube después de mí-piensa. Está preocupado, pero él sólo acierta a sentir un cosquilleo en el pecho.
A las 10 de la mañana, cuando suena el teléfono, Adela está limpiando los cristales de la cocina. La voz al otro lado se identifica como la Secretaria del Departamento de Estadística de la Universidad de Sevilla; sólo quiere interesarse por Ernesto, ya que a todos les ha llamado la atención que hoy no haya ido a trabajar…Adela deja de escuchar y un sentimiento sombrío se cierne sobre ella, que sabe que su hijo no es capaz de valerse por sí mismo más allá del territorio conocido. Avisa a su marido y en menos de quince minutos los dos salen por la puerta de casa henchidos de preocupación. Adela recuerda la última vez que Ernesto se perdió: tenía 12 años y se entretuvo con un videojuego en el Corte Inglés. Recuerda la angustia que sintió durante las horas de búsqueda. Recuerda cómo recorrió una y otra vez las calles del Supermercado hasta que dio con su hijo. Cuando lo encontró, el chico se quedó callado mirando al horizonte mientras ella le reñía y después sólo se limitó a decir que le gustaba aquel juego. Adela habría dado su vida porque hubiera tenido una rabieta como cualquier otro niño de su edad. Y hoy, cuando Ernesto tiene 32 años, ya se ha cansado de desear que sea normal, pero sigue sintiendo la misma angustia ahora que se ha perdido.
Está nerviosa, su marido no para de quejarse, él nunca ha sabido muy bien cómo tratar a Ernesto. En los hospitales no saben nada de él y en la Universidad tampoco. Es a las 7 de la tarde cuando reciben la llamada de la Policía. Ha pasado el día entrando y saliendo de autobuses de la línea 6, escribiendo complejos cálculos en las ventanillas con un rotulador indeleble. Cuando llegan a la Comisaría, Adela y su marido encuentran a su hijo sentado en una silla, balanceándose hacia adelante y repitiendo números ininteligibles en una secuencia que parece no tener fin.
A las 22:00 horas, Paloma se recoge el pelo rubio y se dispone a acostarse, ajena a la tragedia que su primer día de gripe ha provocado.
Muy buenos relatos, Antonio. Sigue así!!!!
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Muchas gracias, Anónimo, con todo lo q me animáís es como para no seguir!
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Muy bonito Antonio, me recuerda al personaje de MI NOMBRE ES KAHN. Su director, como tú, habéis plasmado muy bien el Sdme de Asperger.
PD: yo también soy bloggero. Entra en eltopitoexplorador.blogspot.com
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Muchas gracias por el comentario. Seguiré tu blog de cerca
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Que bueno este relato también Antonio, son todas historias distintas, pero a cuál mejor.
Bajo mi opinión, transmites estupendamente lo que puede sentir el personaje, y creo q eso es una clave importante para q el lector entre en el mundo de cada relato.
Ole tú!
Un abrazo!
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José, veo q estas enganchado!! Gracias guapo
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