El Retorno de Saturno (Esperanza y las mentiras)

  El planeta Saturno gira alrededor del Sol a una distancia media de 1 418 millones de kilómetros. Su período de traslación, es decir, el tiempo que tarda en dar una vuelta completa es de 29 años y 167 días. En la cultura astrológica, se conoce como “El retorno de Saturno” a la crisis vital que a menudo experimentan las personas entre los 28 y los 32 años.

Esperanza se despertó temprano y sobresaltada, como todos los días desde hacía una semana. El vestido de novia colgando de la puerta del armario se le antojó una burla cruel, sin embargo, aún no había podido siquiera acercarse, atemorizada por el blanco de aquel tótem, aquel símbolo que cada mañana de las últimas siete se empeñaba en recordarle la marcha de David. Si le preocupase lo más mínimo la astrología sabría que ese 14 de marzo cumplía 29 años y 166 días, pero ese era el menor de sus intereses en ese momento. David, sólo hacía diez segundos que estaba despierta y ya estaba pensando en él. Odiaba la sensación de verse invadida hasta en su propia cabeza. Sentía el silencio de la soledad de su casa como un manto pesado y envolvente, que la atenazaba y aletargaba sus movimientos. Estaba triste y cansada y se sentía un poco ridícula al pensar que llevaba cinco días soñando con lavadoras, aquella máquina que tenía el mismo agujero en las entrañas que ella.
Fumó un poco de marihuana sentada en el sofá, aún con la luz apagada, sin encender la tele ni el ordenador, solas ella y el fantasma de su exnovio, aquel chico que la había dejado plantada tres semanas antes de la boda. Aunque ya habían pasado siete días, Esperanza aún no se lo había contado a nadie, ni familiares ni amigos, había fingido que todo iba bien y que estaba muy ocupada con los preparativos. Habría llegado incluso a creérselo, de no ser por aquel maldito vestido que parecía haberse convertido en el ser más vivo de esa casa. Sabía que tendría que contarlo pronto, había tantas cosas que anular…Ahora estaba arrepentida de haberle pedido a David ser ella quien se lo explicara a los invitados y pensaba que era profundamente estúpida por haber cargado, una vez más, con una responsabilidad que no le correspondía.

  El tiempo transcurría de un modo confuso para ella, probablemente ayudado por la marihuana. A veces con paso tedioso y a veces con un discurrir acelerado, el caso era que en muchos momentos en los últimos días Esperanza no tenía ni la menor idea de la hora que era. Lo único de lo que tenía certeza era de la sensación de vacío. Aún no había sido capaz de llorar, embotada como estaba por lo inexplicable de la situación. Sentía en su interior la inexorable y agonizante muerte del amor. Y la pérdida se le hacía insoportable. Aquel día, aquella noche más bien, decidió que no podía pasar más tiempo tumbada en el sofá. De repente sintió que de algún modo tenía que llenar el vacío y librarse de todas las emociones que habitaban su interior como una marea negra.
Se vistió casi sin pensar y se echó a la calle; al momento se vio aliviada por el aire fresco y poco a poco, el deseo de calmar todo aquello que sentía se fue convirtiendo en necesidad; creciente, acuciante, imperiosa y apremiante. Actuaba como si hubiera un motor interno que la pusiera en marcha. Entró en un bar y comenzó a beber y los fantasmas se fueron lentamente dispersando. Nunca había estado sola en un bar, pero se sentía inexplicablemente poderosa, movida por esa emoción nueva que le recordaba al hambre, pero que no se restringía únicamente a la comida.

   En algún momento después de la cuarta cerveza se le acercó un chico, se presentó y empezaron a hablar. Esperanza lo miró casi sin verlo y, desde luego no atendió a la mitad de las cosas que dijo, más preocupada como estaba de colmar sus ganas que de otra cosa. ¿Había dicho que se llamaba Luis? Qué más daba…La quinta la dejaron a medias, camino como estaban de casa de Esperanza. Se desnudaron nerviosos, el desconocido impetuoso y ella algo dubitativa. Era su primera vez después de David. La vida está llena de primeras veces, pensó. Y el desconocido ya estaba encima de ella, besándola y agarrándola con firmeza. Fue aquella firmeza la que disipó sus dudas y la hizo continuar. En algún momento el desconocido mencionó algo de unos condones o la píldora, pero Esperanza ya estaba perdida. Se abandonó al sexo. Y las caricias anhelantes colmaron el cuerpo desnudo del chico. Y trémulos y vacilantes, los dedos de Esperanza recorrieron la piel del desconocido como si aquello fuera territorio conocido. Y así se mintió dos veces, una por la piel y otra por el hombre, ambos desnudos y desconocidos. Se aferró a él, como si su cuerpo fuera su último asidero a este mundo. El último asidero, no un destino, sino sólo un peldaño más en su camino hacia no sabía exactamente qué. Sintió extrañeza de sí misma y de ese deseo de entrega y muerte que invadía la cama como si fuera un invitado más en un insólito menage à trois. Sin embargo, a pesar de todos los besos y la firmeza del desconocido, a pesar de toda la intensidad e incluso a pesar de la penetración, en un momento Esperanza giró la cara y vio el vestido. Y las lavadoras volvieron a su mente. Y fue entonces que se sintió profundamente sola. Allí, en aquella cama, llena de deseo, de sexo y de muerte, se sintió sola. Y fue consciente de la aterradora verdad de que en el sexo siempre somos solos. Y fue allí que se percató de la tercera mentira, la del amor, que la había hecho creer que cada vez que se acostaba con David había algo más que dos cuerpos solos con su quehacer con el sexo.

  Cuando terminó, volvió la espalda al desconocido e hizo un esfuerzo por contener las lágrimas. Mientras se vestía, el chico le preguntó si se encontraba bien y sólo obtuvo como respuesta un tímido sí. Antes de marcharse, el desconocido la cubrió con las sábanas, le dio un beso en la mejilla y le deseó que todo le fuera bien. Aquella ternura la conmovió, pero también hizo que se sintiera terriblemente desnuda. Desquerida y desconocida, lloró mientras miraba el despertador en la mesilla de noche marcando las 3:52. Tenía 29 años y 167 días. Saturno seguía girando. Y en su interior aún guardaba los restos del encuentro con el desconocido. Y seguía estando profundamente vacía.

8 comentarios en “El Retorno de Saturno (Esperanza y las mentiras)

  1. Me he reconocido en la necesidad de llenar un vacío reciente sin éxito. También en la soledad acompañada. Gracias por poner palabras a las experiencias que casi nunca son contadas, pero en las que muchos nos podemos reflejar…

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  2. Me he vuelto a sorprender Antonio, eres un crac…
    Quien sabe si en tu anterior vida fuistes un gran escritor.
    Mis felicitaciones nuevamente.

    P.D.: seguiré leyendo los relatos antiguos jeje

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  3. Hola, no se como he llegado al blog, pero estoy totalmente enganchada… Me parece increible todos los sentimientos que expresas con palabras. Este relato en particular me ha puesto la piel de gallina. Enhorabuena y ahora que te he descubierto, por favor sigue escribiendo! 🙂

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