El dos de marzo de 1972, la Agencia estadounidense del espacio y la aeronáutica, la NASA, lanzó al espacio la sonda Pioneer 10. Aunque el objetivo principal de la misión era proporcionar datos sobre Júpiter, la nave se hizo famosa por otro motivo. Contenía una placa de aluminio anodizado en oro, en la que los ingenieros de la agencia aerospacial habían inscrito información básica sobre el ser humano: quiénes somos y cómo encontrarnos. Así, en caso de que una civilización extraterrestre interceptara la sonda algún día, podría contactar con nosotros.
Tras ésta y otras experiencias, en los años 80 se creó el Programa para la búsqueda de vida Extraterrestre, más conocido por sus siglas en inglés, SETI. Actualmente, dicho proyecto funciona como una organización no gubernamental que opera en modo abierto, con más de cinco millones de personas que trabajan voluntariamente desde sus casas en la búsqueda de vida inteligente en el espacio exterior. Ahora ya no enviamos placas con mensajes grabados, enviamos mensajes de radio y esperamos una respuesta que nunca llega.
Cinco millones de soñadores, crédulos y fervorosos seres humanos, anhelan que al universo le interese nuestra existencia. Porque, para el ser humano, lo más intolerable es precisamente el ser, aún más el ser solo en el mundo. Quiénes somos y cómo encontrarnos sólo importa si hay un otro que nos busque, un otro que escuche nuestra llamada (y que responda) aunque sea desde los confines del espacio exterior. Cinco millones lo buscan a través del programa SETI. El resto de los 7.052.228.907 de seres humanos buscamos a ese otro, también en el espacio exterior, aunque esta vez no extraatmosférico, y también nos convertimos así en soñadores, crédulos y fervorosos.
Tonto el ser humano, los 7.052.228.907 que no aceptamos que el otro no existe. No de la manera en que esperamos que exista, no para responder a nuestra llamada, ni siquiera aunque algún día hallaran la sonda Pioneer. Por más que deseemos encontrar un otro que nos signifique, que dote de sentido nuestra existencia, hay un algo del ser humano que es único e incompartible. Por más que queramos, hay una barrera última entre nosotros y el otro. La más obvia: la piel; la más ineludible: la propiedad íntima del ser, la individualidad. El otro nunca será yo. Ni seremos dos. Seremos uno y otro, uno y uno, cada uno solo, a pesar de nuestros engaños, nuestras esperanzas y nuestras vanas ilusiones. Siempre seremos solos. Y esta verdad es tan aterradora como toda la infinitud del Universo.
La última señal de la Pioneer 10 fue recibida el 23 de enero de 2003, cuando estaba a 12 mil millones de kilómetros de la Tierra. Su viaje continúa.
Tras ésta y otras experiencias, en los años 80 se creó el Programa para la búsqueda de vida Extraterrestre, más conocido por sus siglas en inglés, SETI. Actualmente, dicho proyecto funciona como una organización no gubernamental que opera en modo abierto, con más de cinco millones de personas que trabajan voluntariamente desde sus casas en la búsqueda de vida inteligente en el espacio exterior. Ahora ya no enviamos placas con mensajes grabados, enviamos mensajes de radio y esperamos una respuesta que nunca llega.
Cinco millones de soñadores, crédulos y fervorosos seres humanos, anhelan que al universo le interese nuestra existencia. Porque, para el ser humano, lo más intolerable es precisamente el ser, aún más el ser solo en el mundo. Quiénes somos y cómo encontrarnos sólo importa si hay un otro que nos busque, un otro que escuche nuestra llamada (y que responda) aunque sea desde los confines del espacio exterior. Cinco millones lo buscan a través del programa SETI. El resto de los 7.052.228.907 de seres humanos buscamos a ese otro, también en el espacio exterior, aunque esta vez no extraatmosférico, y también nos convertimos así en soñadores, crédulos y fervorosos.
Tonto el ser humano, los 7.052.228.907 que no aceptamos que el otro no existe. No de la manera en que esperamos que exista, no para responder a nuestra llamada, ni siquiera aunque algún día hallaran la sonda Pioneer. Por más que deseemos encontrar un otro que nos signifique, que dote de sentido nuestra existencia, hay un algo del ser humano que es único e incompartible. Por más que queramos, hay una barrera última entre nosotros y el otro. La más obvia: la piel; la más ineludible: la propiedad íntima del ser, la individualidad. El otro nunca será yo. Ni seremos dos. Seremos uno y otro, uno y uno, cada uno solo, a pesar de nuestros engaños, nuestras esperanzas y nuestras vanas ilusiones. Siempre seremos solos. Y esta verdad es tan aterradora como toda la infinitud del Universo.
La última señal de la Pioneer 10 fue recibida el 23 de enero de 2003, cuando estaba a 12 mil millones de kilómetros de la Tierra. Su viaje continúa.
Asumir eso, que nunca más seremos dos en uno (cual champú) es muy doloroso, algunos preferimos disociarnos de esta soledad
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